La belleza y el café

En el siglo XVIII se buscó mucho el significado de la belleza…

Se llegó a un acuerdo: “belleza es la uniformidad en la variedad”.

Este es un concepto que puede aplicar al café (o a cualquier cosa).

Allí es donde nace un grupo de buenas preguntas…

¿Cuándo un café es bello?, ¿Qué hace bello a un café?, ¿Qué es lo que nos hace perder la cabeza por una taza de café en cada viaje, cada día, cada mañana?

Vamos avanzando un poco para tratar de entender algo de la belleza aplicada al café especial…

Según los señores grandes pensadores de esas épocas, de esos siglos y de estos siglos también, al hablar de belleza se referían a términos tales como: “su uniformidad en la variedad”; “La belleza no hace feliz al que la posee, sino a quien puede amarla y adorarla; “Cada cosa tiene su belleza, pero no todos pueden verla”; “La belleza es ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica”.

Podríamos leer frases hablando de belleza escritas por grandes pensadores por varios días, pero llevémoslo a lo nuestro, el café especial.

Allí es donde nacen los calificativos, las cualidades, los atributos que son los que engalanan a un café, logrando la diferenciación de “los otros cafés” (por eso son cafés especiales).

Es allí donde los que amamos la belleza, los que buscamos parámetros diferenciadores, los que entendemos que hay diferentes tipos de belleza y que no hay belleza perfecta o completa empezamos a valorar mediante la evaluación sensorial la belleza de un café. Es allí donde todos nuestros sentidos se ponen a trabajar en sincronía y observamos su color, burbujas; sentimos fragancias desprendiéndose del grano y aromas envueltos en el vapor de una taza de café; ya en nuestra boca sentimos una gama de sabores definidos por la ecualización de la sinfonía interpretada entre la lengua y el olfato; para terminar con la sensación táctil que solo nos la puede contar la lengua sintiendo la caricia o el golpe de puño que un café puede llegar a ser.

Todo esto dependerá del trabajo en equipo del campo, del tostador, del barista y del azar, todos estos factores componen el gran casino que es toda la cadena productiva de un café. Toda esa suma y resta que genera combinaciones que vuelven infinitas nuestras posibilidades.

Este juego entre azar-compromiso-errores-problemas-ambiente-actores; hace que un café nunca sea igual porque no se puede hacer todo siempre igual, sí parecido, pero nunca igual; tal como es imposible que 2 personas sean exactamente iguales… y esto aplica a 2 copos de nieve, o a 2 hojas de un árbol o a 2 tazas de café.

Lo que un café especial debe darnos es un viaje por un camino lleno de sabores agradables, interesantes, placenteros a todos nuestros sentidos.

Allí es donde podríamos hablar de la belleza de cada café, donde siempre encontremos diferencias encantadoras. Esperar siempre una diferencia, una sorpresa, nos garantizará una sonrisa en cada taza.

Si lo que buscamos es algo muy distinto a este espíritu, si buscamos estandarización, si lo único que se busca es uniformidad en la uniformidad, (algo así como si fuéramos una especie de robot) es porque probablemente perdimos la capacidad de sorprendernos o nos la quitaron. Allí es donde los que trabajamos con cafés especiales podemos (o deberíamos al menos) mostrarte las bondades de nuestro especial y diferente producto y explicarte el porqué de ciertos sabores y aromas.

Si lo que queremos es sentir siempre los mismos sabores y aromas en cualquier lugar del mundo, sin llevarnos sorpresa alguna, sin atrevernos a la experiencia de lo desconocido hasta el momento para nosotros, la opción más acertada sería tomar una Coca Cola.